Los
jóvenes son una curiosa mezcla de encanto y desagrado, de ingenuidad y
agresividad, de prepotencia y desamparo, disfrazada con rebeldía y mal
humor.
Su inseguridad es mayor si los padres no sabemos qué hacer frente
a ellos y dudamos del comportamiento que debemos seguir.
La angustia de
los hijos aumenta cuando se dan cuenta del desconcierto que se les
transmite desde el mundo adulto, cuando a su complicado estado natural
se le añade la confusión e incertidumbre de unos padres que decimos ser
más fuertes, más seguros y más capaces que ellos, pero que no siempre lo
parecemos.
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