Cuando mi padre jugaba con nosotros, con mi hermano y conmigo, siempre terminábamos ganando, daba igual el juego y eso nos afianzaba en lo que podíamos hacer, alentándonos a jugar más y a abrir nuestra mente, por ejemplo, con el ajedrez, las damas o el parchís, creando estrategias y sabiendo ver más allá de la jugada actual.
Sin embargo, también es esencial descubrir la derrota y
comprender cuanto antes que no pasa nada por perder, ya sea en un juego o
en cualquier actividad de la vida, si en verdad nos hemos esforzado por
conseguir buenos resultados. De esta manera conseguiremos que nuestros hijos reflexionen y sepan salir de las dificultades.
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